Hispanos y el catolicismo en Estados Unidos
September 2013
Muchas parroquias y diócesis tienden a centrarse en el desafío que representa la creciente presencia hispana. No es de sorprenderse; previamente una oleada de católicos que llegaban a Estados Unidos fue recibida con igual actitud. Sin embargo, ya en el 2002 el documento Encuentro y misión: un marco pastoral renovado para el ministerio hispano, la conferencia de obispos católicos de Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés) afirmaba:
“Los católicos hispanos son una bendición de Dios y una presencia profética que ha transformado muchas diócesis y parroquias en comunidades receptivas, vibrantes y de una fe evangelizadora”. (6).
Entender la historia del catolicismo hispano fortalecerá el aprecio por su gente y servirá como cimiento de un espíritu de comunión más fuerte en la Iglesia.
Los hispanos descendientes de españoles han vivido su fe en los Estados Unidos el doble del tiempo de lo que esta nación ha existido como tal. La primera diócesis del Nuevo Mundo se estableció en 1511 en San Juan de Puerto Rico, que hoy conforma una comunidad con los Estados Unidos. Fueron súbditos de la Corona Española quienes fundaron el primer asentamiento dentro de lo que hoy es territorio estadounidense continental en San Agustín, Florida en 1565. En 1598, en lo que hoy sería El Paso, Texas, súbditos españoles establecieron de forma permanente los cimientos del catolicismo en lo que hoy es el suroeste de los Estados Unidos.
Sin embargo, el papel de los católicos hispanos no es importante solamente debido a su larga historia en el territorio de los Estados Unidos. Ellos son importantes también por su importante contribución a la Iglesia Católica y a la sociedad en cuanto tal.
Los hispanos fundaron uno de los movimientos más influyentes del país en materia de retiros espirituales–los Cursillos de Cristiandad, fundados por Eduardo Bonnín y otros laicos en 1944 en Mallorca, España. En 1957, dos campesinos asignados a la base militar de Waco, Texas, en colaboración con el Padre Gabriel Fernández, llevaron a cabo el primer retiro de fin de semana a cargo de los Cursillos. Cuatro años después, los integrantes de los Cursillos pasaron de tener los fines de semana en español a tener los primeros Cursillos en inglés.
Para el año siguiente, los retiros de fin de semana ya se habían extendido a lugares como San Francisco, Kansas City, Chicago, Detroit, Cincinnati, Newark, Brooklyn, Baltimore y Boston. En las siguientes dos décadas, casi cada diócesis de Estados Unidos había acogido los Cursillos. Para 1980 ya se habían establecido las dependencias del Organismo Mundial de Cursillos de Cristiandad.
A la vez que los Cursillos continuaban extendiéndose, brotaron otros programas basados en la práctica de los retiros emulando sus prácticas esenciales, incluyendo los Encuentros adolescentes con Cristo, Búsqueda; Kairos; Cristo renueva su parroquia; y los retiros Camino a Emmaús y Chrysalis (orientado a jóvenes) estos dos últimos de impronta protestante. El movimiento impactó a millones de católicos de diversos contextos, y también a protestantes, y se ha convertido en uno de los movimientos espirituales y de renovación más influyentes en la historia de Estados Unidos.
Devociones y rituales públicos
Las devociones hispanas a María han contribuido también a mejorar la vida espiritual de católicos y de más estadounidenses. Alrededor del 1620, los primeros colonizadores de San Agustín construyeron el primer santuario mariano en los Estados Unidos continentales: Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto.
Incluso los no católicos se unen a los hispanos en algunos rituales públicos. Así atestiguaba el ministro Buckner Fanning, después del Vía Crucis organizado por la Catedral de San Fernando, y que recorría el centro de San Antonio: “Cuando caminé detrás de Jesús en el Vía Crucis, me llegué a preguntar qué habría hecho si hubiera estado realmente ahí. La gente de San Fernando me puso en la Pasión, ahí, junto a Jesús”.
Los encargados hispanos verdaderamente sostienen que sus prácticas ofrecen un modelo de culto público en medio de una sociedad que enfatiza a menudo la búsqueda espiritual individual y la “privatización” de la religión. El 28 de marzo de 1997, en un artículo del Los Ángeles Times, el P. Virgilio Elizondo, profesor de pastoral y teología hispana en la Universidad de Notre Dame, reforzaba la idea: “El amor de los latinos por el culto público es una contribución que hacemos a la sociedad americana. Creo que hay hambre de esto en la vida americana. Te hace entrar en el poder de la experiencia colectiva”.
Construir comunidad
Otra contribución de la población hispana es ser pionera en lo que se refiere a modelos de comunidades de fe organizadas. La primera organización hispana de este tipo, la Comunidad Organizada para el Servicio Público (COPS, por sus siglas en inglés) de San Antonio, jugó un papel clave en comunidades locales y en la fe de sus miembros arraigando el modelo de comunidades organizadas. Comenzando desde 1973, el coordinador Ernie Cortés trabajó con laicos y sacerdotes para establecer la Comunidad Organizada para el Servicio Público en las parroquias de mexicanos en las zonas de clase obrera. Como católicos hispanos, sus principales líderes aportaron al interior de la organización su misma fe–los fieles se daban cuenta de que el activismo de los líderes era como una extensión de su compromiso con Dios, con la Iglesia, con la familia y con la comunidad.
Con el soporte de la USCCB, la cual había provisto más fondos para organizaciones de comunidades de fe, la postura de las COPS de construir comunidades sobre la base de las parroquias y de la fe de sus dirigentes se ha extendido a muchas más. Estas organizaciones independientes suman a la fecha unas 200 y tienen presencia en cada estado. Han permitido a muchos católicos hacer de su fe el fundamento de las decisiones y políticas que conforman a sus comunidades locales.
Reconocimiento de la contribución hispana
Los diversos procesos de canonización demuestran la aportación y la santidad de un número creciente de hispanos. El Papa Juan Pablo II beatificó a Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago (1918-1963) en 2001, llevándolo al último escalón antes de la canonización. El beato Carlos fue conocido en su natal Puerto Rico por su virtud, su amor a la liturgia y su compromiso por enseñar acerca de los sacramentos y especialmente la Eucaristía. Uno de sus admiradores lo recuerda como un “hombre ordinario que dedicó su tiempo a enseñar el nombre y el ejemplo de Jesucristo”. El beato Carlos es el primer laico nacido en territorio estadounidense en ser beatificado.
En 2012, el padre Félix Varela y Morales (1788-1853) fue declarado venerable, paso que antecede a la beatificación. Cuando el régimen español lo expulsó en 1823 por su apoyo a la independencia Cubana, emigró a Nueva York y trabajó como párroco para posteriormente convertirse en vicario general diocesano. Es reconocido por su servicio pastoral dedicado al servicio de irlandeses y demás inmigrantes de Nueva York, así como por ser predecesor del pensamiento proindependentista cubano.
En 2008, el obispo Alphonse Gallegos, OAR (1931-1991), fue declarado siervo de Dios, primer paso hacia la canonización. Nacido en Albuquerque, Nuevo México, entró con los agustinos recoletos y sirvió durante la última década de su vida como obispo auxiliar en la diócesis de Sacramento. Su causa de canonización se abrió 14 años después de su muerte, sucedida como consecuencia de que un coche lo arrolló mientras orillaba su coche averiado.
Dos sacerdotes reconocidos como fundadores de las misiones del Suroeste colonial están también en proceso de canonización:
El beato Junípero Serra, OFM (1713-1784), de California; y el venerable Antonio Margil de Jesús, OFM (1657-1726), en Texas.
También están en proceso las causas de Eusebio Kino, SJ (1645-1711), en Arizona; y el beato Diego de Luis de San Vitores, SJ (1627-1672), por su labor en la isla de Guam.
Muchos otros hispanos que sirvieron con gran fervor pero que no han recibido reconocimiento oficial son recordados por su santidad y liderazgo. Eulalia Pérez se mudó a la Misión de San Gabriel (cerca de Los Ángeles) al lado de su esposo alrededor del 1800. Después de la muerte de este, Pérez pasó a ser la cabeza de su familia, posición de liderazgo que se volvió mucho más significativa cuando muchos de los frailes murieron. Sus tareas incluían gestionar los suministros y supervisar a los trabajadores nativos de las tierras norteamericanas. Como supervisora laica de la vida diaria de la Misión, demostró ser un líder laico extraordinario mucho antes de que este tipo de liderazgo fuera ampliamente reconocido.
Otra mujer laica, la puertorriqueña Encarnación Padilla de Armas (m. 1992), llegó viuda a Nueva York en 1945, con un hijo y con 150 dólares. Conoció a un sacerdote jesuita, Joseph Fitzpatrick quien compartía la preocupación de ella por los esfuerzos proselitistas protestantes entre los puertorriqueños. Fitzpatrick le pidió que escribiera un reporte sobre la situación, prometiéndole entregárselo personalmente al cardenal Spellman. En 1951, Padilla de Armas y un pequeño grupo de mujeres puertorriqueñas prepararon un reporte, el cual llevó en 1953 a la creación de la primera oficina de acción católica en lengua española en la arquidiócesis de Nueva York. Padilla de Armas se convertiría más tarde en la coordinadora nacional del primer Encuentro Nacional de líderes del Ministerio Hispano en los Estados Unidos (1972).
Un cuerpo de fe unificado
Desde los inicios de los 90, la dispersión de los hispanos a lo largo de los Estados Unidos les ha llevado a niveles sin precedentes de contacto con sus correligionarios católicos–algunos en diócesis y parroquias donde una presencia hispana significativa resulta algo nuevo, otros donde esa presencia hispana es algo de mucho tiempo. Los latinos católicos y sus correligionarios locales se encuentran no solamente con costumbres y lenguajes diferentes, sino con profundas convergencias históricas que hacen más intensas sus experiencias de cada día. El resultado: confianza o angustia, colaboración o aislamiento.
La elección del Papa Francisco como nuestro primer Santo Padre del Nuevo Mundo ha llamado aún más la atención acerca de los dones que los católicos latinos ofrecen a la Iglesia. Apreciar la historia y las aportaciones de los hispanos y de todos los otros grupos católicos nos permite dar grandes pasos al interior de nuestra herencia como Iglesia Católica–una Iglesia que abraza a todo el pueblo de Dios en un cuerpo de fe unido.